Tengo que confesar que estudié
psicología por mi familia: quería curarlos. A todos. Y es que mi familia sufre uno
de los trastornos más incapacitantes que existen: las fobias.
Como tengo una familia
extensa, nunca me faltó material de estudio y en cuanto aprendí cuatro cosas
sobre terapia conductual las apliqué sin miramientos entre mis hermanos y primos.
Los ejercicios de exposición
controlada me dieron buen resultado con las aversiones más clásicas: arañas,
ascensores,… La fobia al contacto social de mi tía Elvira requirió de un
análisis cognitivo profundo y una pequeña dosis de ansiolíticos. Pero ahora
lleva una vida casi normal y hasta se ha echado un novio agorafóbico.
Pero con mi padre no he
obtenido ningún resultado. Sus fobias están muy enraizadas; tal vez por la edad
o porque no confía en la psicología (aunque el terapeuta sea su hijo), pero lo
cierto es que solo he cosechado un fracaso tras otro. Por este motivo, y aunque
está totalmente desaconsejada en estos casos, he decidido aplicar una terapia
de choque: esta noche he invitado a cenar a mi novio.
Sí, ya sé que es una locura: Rashid encarna todo lo que mi padre odia… O teme.
Relato escrito para ENTC. #Fobias