Cuando ella se echó a un lado y él encontró acomodo sobre la
balsa improvisada, el cine entero estalló en aplausos. Después de veinticinco
años y miles de visionados, el amor verdadero triunfa y el público ve cumplidos
sus deseos más íntimos.
Esta vez Rose y Jack son rescatados. La joya no acaba en el
fondo del mar, si no en una casa de empeño, y con lo poco que les da el
prestamista, se instalan en un ático del Bronx. Jack pinta y pinta sin cesar:
Rose de espaldas, Rose tumbada, Rose desnuda… Siempre desnuda. No consigue venderlos —dice—, pero lo cierto es que no se los
muestra a nadie. Rose es solo suya.
Ella empieza a cansarse de fregar suelos para poder comer, le
pide que se busque un trabajo. Él es un artista, no puede embrutecer sus manos.
Ella empieza a guardar unas monedas en una lata que esconde bajo el fregadero. Centavo
a centavo, junta lo estipulado para recuperar la joya.
Rose compra una maleta y un billete de tren. Emprende, esta
vez sí, el viaje de su vida. Y lo hace sola.
Cuando se encienden las luces, el público abandona la sala en
silencio.
Relato mencionado en ENTC, convocatoria "Amantes locos"
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