Nunca me había costado tanto
comerme un alfil. Tras perseguirlo por el tablero dando ridículos saltitos,
calculando bien para no caer en una de las casillas negras de su diagonal -y
evitar así que me comiera él a mí- al fin, lo conseguí. Me abalancé,
golpeándolo con los cascos, lo pateé hasta desollarlo y, todavía vivo, le clavé
los dientes y comencé a arrancarle enormes pedazos de carne. Cuando al fin dejó
de gritar, el resto de piezas recompusieron sus disfraces, volvieron a sus
posiciones y pudimos retomar aquella ridícula actividad de empresa.
—Nunca debimos hacer caso a
los de recursos humanos —susurró el gerente.
La Copa ENTC: Semifinales
Disfrazarse de Vivancos
Título y primera frase obligatorios.
Aquí terminó, o no, mi aventura copera este año.
Pase a la final.
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