Últimamente voy de sorpresa en sorpresa. Ayer llegué a
casa y me encontré leyendo en mi sillón con los pies sobre la mesilla. Mi otro yo
no me esperaba tan temprano y pareció algo incómodo, así que volví a marcharme
y no regresé hasta pasadas las siete para no estorbar.
Por la noche, me quedé viendo una película antigua en
televisión. Acabó pasada la una. Bebí un vaso de agua y me cepillé los dientes,
pero cuando llegué a la cama, mi hueco estaba ocupado y Ángela dormía
acurrucada en mis brazos. Me supo mal despertarme, así que me acosté en el
sofá.
Hoy no ha sonado el despertador. Al llegar al trabajo —azorado—,
el encargado me ha dicho que no me preocupase, que ya estaba en mi puesto desde
primera hora y que mi actitud había mejorado mucho. Me he espiado desde el
ventanal, trabajando con diligencia, y he regresado a casa cabizbajo.
Ahora no sé qué hacer: podría preparar la cena para
cuando vuelva, podría espiar mis redes sociales para saber a qué atenerme… o
podría adelantarme, comprar un ramo de flores para Ángela e ir a recogerla a la
oficina.
¡Menuda sorpresa me voy a llevar!
Relato seleccionado en ENTC.
Tema de la convocatoria: "La sorpresa y el asombro"
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