Los días de lluvia no
sale al balcón. Intuyo su sombra, trajinando con la fregona tras los visillos;
pero no se asoma, y yo me acabo el café y regreso al despacho cabizbajo. Ya sé
que no es una princesa —pertenece a esa estirpe de mujeres que se salvan
solas—, pero me gusta soñar que un día reuniré valor para enfrentar sus ojos y dejar
que sea ella quien me rescate.
Cuando hace sol, repasa
los cristales con la bayeta. Y canta. Ya sé que no es una sirena: su voz no
hipnotiza marineros errantes. Pero yo encallaría sin dudarlo en sus caderas y
me ahogaría entre sus muslos, cada noche. Los días de sol, me tomo el café frío
y mi jefe se mira el reloj mientras vuelvo a mi cubículo.
Hoy no ha ido a
trabajar. En su lugar, otra muchacha sacudía con determinación la alfombra. Mi
café ha quedado huérfano en la barra, al saber que ayer el encargado la arrinconó,
en el cuartillo de las escobas, decidido a cobrar su parte de ese contrato
precario. Dicen que había productos inflamables, que no saben cómo…
Yo sé que los dragones
existen. Y espero, mirando al cielo.
Relato para ENTC: esta vez había que inspirarse en esta foto de René Matête.
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