Decididamente,
con gente así da gusto trabajar. Había dicho el Director
General mientras me entregaba el reloj.
Siempre
acudiendo puntual al trabajo, cumpliendo con las obligaciones y dejándose la
piel, por amor al arte.
Todo empezó accidentalmente. Un día, al bajarse del coche,
el Director se quedó mirando al grupo que estaba en la puerta, haciendo un
cigarrito, y dirigiéndose a mí exclamó: “¡Usted!,
suba a mi despacho y acérqueme el maletín. Lo he dejado olvidado encima de la
mesa”.
Obediente, cumplí el encargo. Y desde entonces cada día,
a las nueve, acudí puntual, para lo que el Director mandase. Y mandaba, claro
que mandaba.
Treinta años a su servicio. Y por fin había llegado el
día de mi jubilación. El día que descubrirían que no estaba en nómina y
sorprendidos todos, jefes y compañeros se preguntarían ¿por qué?
Y yo, simplemente, pasaba por allí.
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