La tía Angustias siempre fue
una mujer extraña y solitaria: contaban en el pueblo que de joven había sido
muy hermosa pero que ningún mozo consiguió robarle el corazón. Mientras las
demás bailaban en la plaza, Angustias rechazaba un pretendiente tras otro; con
los ojos fijos en la orquesta, atenta al momento en que aquel muchacho moreno y
de ojos verdes tapaba la boca de su instrumento con la mano y soplaba con
fuerza, arrancándole un sonido metálico que hacía vibrar los cristales de las
ventanas. Después Angustias dejaba escapar un suspiro y se marchaba a casa, sola,
sin haber bailado ni una vez.
Hace ya años que la comisión
de fiestas cambió de orquesta; después del incidente con la furgoneta la
mayoría de los músicos no quisieron volver a pisar aquel pueblo de catetos. La policía
de atestados dictaminó que alguien había manipulado los frenos pero no pudieron
establecer la autoría y el pleno del ayuntamiento emitió un bando en el que se
insinuaba que todo había sido obra del único músico desaparecido en el
accidente.
La nueva orquesta contaba
con un trompetista extraordinario y la tía Angustias acudía fiel a la plaza
para observar desde su rincón el momento en que, haciendo sordina, emitía
aquella nota vibrante y metálica. Acabado el baile regresaba a casa, sin haber
bailado ni una sola vez, le besaba en los labios y le aseguraba en voz baja que
nadie sabía hacerla vibrar como él.
Estamos de vacaciones pero #viernescreativo sigue fiel a su cita y nos propone escribir una historia para esta foto. Un reto, un #microrrelato.
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