En cuanto anochece, empieza
el bombardeo: un niño llorando, un viejo que arrastra los pies por el barro, una mujer con
un bebé en brazos… Después, una pequeña tregua para la publicidad. Hemos
aguantado bien, aunque la sopa se nos ha enfriado. Papá se levanta y sirve el
segundo plato. Ahora vuelven con la sección de economía, parece que el gobierno
va a dedicar más recursos para ayudar a
los bancos. “Para ellos sí que hay dinero”, dice cambiando de cadena. De nuevo,
un niño llora tras una alambrada. Las croquetas están riquísimas.
“Lo están consiguiendo”,
murmura mamá. “Ya casi no siento nada cuando los veo”. Y recoge la mesa, en
silencio. Algunas veces, aún tiene el impulso de alzarse, de salir a la calle
con una cizalla y romper todas las alambradas de este mundo. Pero se conforma
con tuitear la foto de un cuerpo varado en la playa, y sacudir la cabeza,
impotente.
Desde que papá tiene trabajo,
están más contentos. Pero tienen miedo. Miedo y vergüenza. Miedo de que lo
despidan, de que vengan los refugiados, de que no haya dinero para todos. Vergüenza
porque no me han dicho que trabaja en la fábrica de alambradas. Por suerte, la
información deportiva nos da un respiro.
La Primavera de Microrrelatos Indignados pretende que, el 20 de junio de 2016, la red se llene de microrrelatos que traten sobre los refugiados de cualquier punto del planeta. Los microrrelatos podrán denunciar el desarraigo que padecen, las causas de su situación, la inacción del primer mundo, las injusticias, desprecios y humillaciones que sufren en los asentamientos donde sobreviven o cualquier otro aspecto relacionado con su vida. ¡Nos vemos en la alambrada!
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