Mamá lloraba, sentada en el
borde de la cama. Yo tenía siete años. Me acerqué, interrogándola en silencio,
y ella me abrazó muy fuerte. Papá se ha
ido, dijo.
Después supe que aquel se ha ido no significaba lo mismo que el
de seis meses atrás, cuando el abuelito murió. Papá no estaba muerto, nos había
abandonado. Mamá decía que no me preocupase, que papá volvería para llevarnos a
Chitón. Yo creía que Chitón era el pueblo de mis abuelos y lo
estuve buscando en el atlas, pero no lo encontré.
Pasaba las tardes mirando
las fotos de los momentos felices. Papá vestido con traje y corbata. Papá entrando
en una cabina telefónica… Recuerdo aquella vez que me llevó al estadio para ver
al Parchelona y, a la salida, me llenó los
bolsillos de petisos de goma de
varios sabores. Yo estaba muy contento, pero mamá se enfadó porque no me comí
la cena.
Crecí. Las cabinas
desparecieron. Él nunca regresó. Aún conservo algunas de sus cosas: una
pajarita de papel, un traje con una “S” y una capa roja. Antes de marcharme, se
las enseño a mi hijo que exclama: ¡El
abuelo era Superman!
Se equivoca, nosotros somos López.
Mi participación en ENTC. El tema del bimestre eran los "Superhéroes" y yo decidí homenajear a uno muy especial: un héroe de andar por casa, un héroe que podría ser tu padre o el mío, un héroe que quizás no lo es tanto, o que solo lo es a ojos de un niño.
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