El viaje de vuelta siempre
parece más corto. Dicen que es porque ya conocemos el camino. A mí, en cambio,
se me está haciendo eterno. Seguramente sea porque no deseo llegar a casa. Nuestra
casa.
Solo.
El viaje de regreso iba a
ser idéntico al de ida. Rebobinaríamos la película y el coche retrocedería
marcha atrás, los pueblos se sucederían y los carteles anunciando las salidas
de la autopista aparecerían en orden inverso. Los niños se quedarían dormidos
en el asiento trasero. Tú me cogerías la mano, que reposaría indolente en el
cambio de marchas, sonriendo igual que lo hacías en el trayecto de ida ante la
perspectiva de unos días en la playa.
Pero nada es como debiera.
Ni siquiera conduzco yo: el collarín me lo impide. Un taxista extrañamente
callado se sienta al volante. La vista clavada en el asfalto y, de tanto en
tanto, una fugaz mirada al retrovisor vigilando mi silencio. En el hospital le
habrán explicado lo ocurrido y prefiere no entablar conversación. Mejor así.
Me esfuerzo, pero no consigo
recordar el accidente. Solo luces parpadeantes acercándose. Aquella mano inmóvil
sobre la mía. Tu sonrisa convertida en dolorosa mueca.
Y los niños, que parecen
dormidos.
Mi participación en ENTC. Lema de este bimestre: "Viajes y viajeros".
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