Desde que empezó todo no he vuelto a ver a papá ni a
mamá. Llevo días buscándolos, pero no los encuentro por ningún lado y empiezo a
preocuparme porque en cualquier momento empezaré a tener hambre. A veces me
parece oír algo, como un sollozo, y corro a la cocina pensando que es mamá
quien llora, pero nunca la encuentro.
No me gusta estar sola. Por eso me alegré tanto cuando
aparecieron las gemelas. La primera vez que las vi, estaban de pie al fondo del
pasillo, cogidas de la mano. Me miraban con una expresión que no fui capaz de
identificar: mitad miedo, mitad melancolía. Pensé que ellas también estaban
solas y que solo querían jugar, pero era mucho más que eso. Las hermanas comprenden lo que ocurre. Susurran entre ellas y, cuando
me acerco, callan. Saben qué les ha pasado a mis padres, pero no me lo quieren explicar. Dicen que debo descubrirlo sola.
Hoy prometieron darme una pista y me han llevado al jardín para enseñarme su
rincón favorito. Nunca había visto que hubiera tumbas en el jardín.
Relato para los viernes creativos: la foto es de Hellen van Meene.
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