Pensé que me harían compañía
y los llevé a mi nuevo apartamento. Drama
y Comedia daban vueltas en su mundo
transparente y golpeaban el cristal cuando me veían cerca. Yo los premiaba con
unos copos de harina para peces —gusanos, larvas e insectos, prensados y
secos— y ellos los devoraban. Aunque debería decir que solo Drama tenía verdadero interés por la
comida. Comedia prefería jugar: nadaba
en círculos, hacía burbujas en la superficie con su boca redonda y roja, y
saltaba —como si fuera un delfín amaestrado— haciendo sofisticadas piruetas.
Hasta que una mañana, encontré
a Drama solo en la pecera. Golpeaba
el cristal, como si pidiera comida pero sus ojos de pez intentaban decirme
algo. En el suelo, Comedia se retorcía
y agitaba, intentando acostumbrarse a aquel nuevo elemento. No lo consiguió.
Aunque lo devolví presurosa al agua, sus agallas se habían secado y resultaban
inútiles. Flotaba, agonizante en la superficie, y no tuve valor para verlo
morir. Lo cogí y lo lance al váter con rabia. Tiré de la cadena.
Después, le eché doble
ración de comida al pez superviviente. Quizás un ambiente de abundancia lo
convencería de que era mejor no explorar los límites de su prisión.
Escribiendo en blanco y negro para ENTC.
La foto inspiradora de esta convocatoria es obra de Annie Leibovitz
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