Abrió los grifos al máximo y
taponó los desagües; selló con silicona puertas y ventanas y, por si acaso, colocó
toallas en la rendija de la puerta. Cuando el agua desbordó por las orillas de porcelana,
se vistió con su mejor traje, se preparó un gintonic y se sentó a esperar.
Con
un caudal aproximado de tres metros cúbicos a la hora, multiplicados por los
cinco grifos que había en el piso y estimando nula la filtración… Sus
cálculos no eran muy precisos, había demasiadas variables, pero sabía que necesitaría
algo más que las tres horas que tardó en hundirse el Titanic. De todos modos el tiempo no le preocupaba;
contaba con que el puente de la Purísima mantendría alejados a sus vecinos del
segundo y del primero; y para cuando las goteras asomaran en los bajos —donde
vivía el conserje —él ya habría hundido el barco.
Al atardecer, un iceberg
escapado de la nevera atravesó el salón y fue a estrellarse contra el
televisor. El capitán resistía en su puesto de mando.
Mi granito de arena para ENTC. Este mes el lema era "en el camarote 115 del Titanic" y este fue mi particular naufragio.
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