En mi caso, el daltonismo
fue una adaptación al medio. Simple cuestión de supervivencia.
Cada vez que don Leónidas me
devolvía el cuaderno, lo encontraba lleno de aquellas marcas brillantes y
crueles que señalaban mis errores. El maestro atrapaba en un círculo cada uno
de mis fallos, lo subrayaba y entrecomillaba, dibujando con saña el código
indescifrable con el que puntuaba mi fracaso. Por último escribía una nota en
el margen superior derecho de la página. Rara vez, aquel número alcanzaba el
cinco y, en las pocas ocasiones en que merecía su aprobación, trazaba una o dos
flechas descendentes señalando, sin lugar a duda, el presagio de mi futuro.
Veinte años después, no he
superado la angustia que me produce enviar el borrador de mi última novela para
que sea revisado. Hasta he incluido una cláusula en mi contrato editorial (por
recomendación de mi terapeuta) que les obliga a usar bolígrafos verdes para ese
menester.
Sin embargo, guardo un lápiz
de ese color diabólico que llevo siempre conmigo. En cada librería o biblioteca,
repaso la fila de lectores que esperan una dedicatoria. Busco un viejo de unos
sesenta, gafas gruesas y espalda
encorvada.
Ansío saber qué nota me pone
ahora.
Escribiendo a todo color para ENTC.
Esta convocatoria nos inspiramos en el color ROJO.
Jaja! Le pondría una buena nota creo. Quizá hasta se arrepiente de haberle marcado los deberes en rojo con tan mala leche.
ResponderEliminarSeguro que todas esas marcas rojas le sirvieron para mejorar y superarse día a día.
EliminarGracias por tu lectura, Sandra