jueves, 21 de febrero de 2019

A mi viejo profesor




En mi caso, el daltonismo fue una adaptación al medio. Simple cuestión de supervivencia.

Cada vez que don Leónidas me devolvía el cuaderno, lo encontraba lleno de aquellas marcas brillantes y crueles que señalaban mis errores. El maestro atrapaba en un círculo cada uno de mis fallos, lo subrayaba y entrecomillaba, dibujando con saña el código indescifrable con el que puntuaba mi fracaso. Por último escribía una nota en el margen superior derecho de la página. Rara vez, aquel número alcanzaba el cinco y, en las pocas ocasiones en que merecía su aprobación, trazaba una o dos flechas descendentes señalando, sin lugar a duda, el presagio de mi futuro.

Veinte años después, no he superado la angustia que me produce enviar el borrador de mi última novela para que sea revisado. Hasta he incluido una cláusula en mi contrato editorial (por recomendación de mi terapeuta) que les obliga a usar bolígrafos verdes para ese menester.

Sin embargo, guardo un lápiz de ese color diabólico que llevo siempre conmigo. En cada librería o biblioteca, repaso la fila de lectores que esperan una dedicatoria. Busco un viejo de unos sesenta, gafas gruesas  y espalda encorvada.

Ansío saber qué nota me pone ahora.


Escribiendo a todo color para ENTC. 
Esta convocatoria nos inspiramos en el color ROJO.

2 comentarios:

  1. Jaja! Le pondría una buena nota creo. Quizá hasta se arrepiente de haberle marcado los deberes en rojo con tan mala leche.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Seguro que todas esas marcas rojas le sirvieron para mejorar y superarse día a día.
      Gracias por tu lectura, Sandra

      Eliminar