Como crisálidas
despertando de un letargo se fueron despojando de velos y tules. Abandonaron satenes,
bordados de seda y fina pedrería en el suelo. Libres del peso de los adornos, estiraron
sus adormecidos miembros y, sin hacer ruido, desplegaron las alas que les habían
crecido durante tan larga espera. Los funcionarios del registro civil las
vieron volar, desnudas y libres, hacia la única ventana abierta. Ninguno movió
un músculo para detenerlas y, aún hoy, se preguntan si fue la belleza de sus
cuerpos o sus ansias de libertad lo que hipnotizó a aquellos trabajadores del
ministerio.
Mientras
tanto, los que se creían sus dueños jugaban a ser reyes. El sacrificio de la
reina había pillado a todos por sorpresa, pero no dudaron en aplaudir la
maniobra y lanzar vítores al ganador. Solo algunos se percataron de que el
juego empezaba a ser distinto de la realidad.
Para los Viernes Creativos de Ana Vidal.
La foto es de la sala de espera del registro civil de Tallin en 1973.
El cuento podría ser éste u otro muy distinto.
El caso es escribir.
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