Corta el hilo de hilvanar
con los dientes y enhebra la aguja, hace un nudo y la clava en la almohadilla
que lleva prendida en la bata, al lado del corazón. Se sienta en la silla baja,
junto a la ventana, y empieza a pasar los puntos flojos siguiendo la marca de
tiza que ha hecho antes en todas las piezas. Retira los alfileres que le han
ayudado a que la tela no se mueva y, tirando con delicadeza, separa las telas y
corta, con mucho cuidado, los hilos que van quedando a ambos lados.
Cuando termina de hilvanar
todas las piezas, coloca el vestido sobre el maniquí y suspira. De espaldas al
espejo, se quita la bata y se desliza dentro de la ropa. «Como un guante»,
piensa cuando al fin se atreve a darse la vuelta y mirarse en el espejo. Después,
descoserá los hilvanes y volverá a hacerlos unos centímetros más adentro. Retocará
la pinza del pecho y marcará el largo provisional de la falda.
Cuando llegue la clienta
para la prueba, Ramón la ayudará a vestirse y le jurará que el vestido parece
creado solo para ella.
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