Mientras su padre cerraba la tapa del contenedor Carlitos
fijó su vista en aquel otro hombre, apenas una sombra bajo la luz de la farola.
Le asustaba un poco.
Se parecía al ogro de los cuentos. Tenía una barba muy
cerrada y sus ojos brillaban con fiereza bajo unas cejas espesas y negras.
Notaba aquella mirada clavada en su cuerpecillo, acechándole. El hombre se
acercó. Carlitos retrocedió y su padre levantó rápidamente la vista del
contenedor.
De repente el ogro le alargó una bolsa de plástico con
unos patines.
—Están nuevos— dijo —la gente tira cualquier cosa.
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