Podía haber ganado el oro, pero no quiso ir a Berlín. Prefirió
la dignidad a la gloria y, gracias a eso, nos conocimos. Martha era canadiense.
Estaba hecha de aire, sus piernas la impulsaban con fuerza y volaba por encima
de la barra como un pájaro. Yo, sin embargo, era agua y nadaba con la
naturalidad de un “noi de la Barceloneta”.
En el club confiaban en que podría conseguir alguna medalla.
La invité a pasear por la Rambla y la luz se encaprichó
de sus ojos azules. La ciudad se exhibía ante nosotros, soleada y libre, ajena
a la tormenta que se dibujaba en el horizonte. Por la tarde, mientras
ensayábamos para el desfile inaugural, el viento y el mar se agitaron, y el
mundo se estremeció con los primeros truenos. Las sirenas de las fábricas
alertaron a la población y, tras la grada, nos fundimos hasta convertimos en tierra.
No quiso marcharse, se unió a la lucha.
Sólo unos días después, una granada de mortero la
proyectó por encima de la barricada y aterrizó desmadejada en la plaza. la vi volar por última vez y me sumergí en un mar de silencio. Martha era aire.
ENTC nos propone participar en los Juegos Olímpicos (a nuestra manera, claro).
Hace ahora 80 años, Barcelona estuvo a punto de celebrar unas Olimpíadas Populares: unos Juegos al margen del poder institucional, en contra del fascismo que se extendía por Europa. Atletas de todo el mundo se inscribieron en esta competición dejando claro su compromiso con la libertad y desafiando al Comité Olímpico. Algunos extendieron su compromiso más allá de los estadios.
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