El
cielo y el mar parecen querer unirse y devorarnos a todos. La mujer del fondo
ha dejado de llorar. Sigue aferrada al cuerpecillo inerte y lo acuna, pero ya
no llora. La primera claridad del alba nos muestra un horizonte nómada. Ni
rastro del continente.
Llueve.
En
la cocina, Juana remueve el guiso. Los choclos ya están asados. A la señora no
le gusta que prepare comida guaraní, pero una cazuela de carne es una cazuela
de carne en todas partes, ¿no? ¿Qué mal hay en acompañarla con unas deliciosas
mazorcas?
Llueve.
No
ha vendido nada. En cuanto puso la manta
en el suelo se derramó el cielo entero y tuvo que correr hasta la boca del
metro. El vestíbulo bulle de gente apresurada que cruza entre los africanos,
sin verlos. Parecen deportistas esperando en el túnel de vestuarios para
saltar al campo. Él sueña con ser jugador de fútbol. Ganar mucho dinero.
Comprarle una casa a su madre.
Llueve.
Hoy
no podrá salir a pasear con el viejo. Pobre hombre. Ya no reconoce a la hija,
ni a nadie. Solo a ella le sonríe. Y, de cuando en cuando, se le empañan los
ojos y llueve.
Mi granito de arena para ENTC: el tema de la convocatoria era "Los emigrantes", un homenaje a esos olvidados que viven a nuestro lado, nos venden el pan, cuidan a nuestros ancianos... (en el mejor de los casos).
Relato fuera de concurso.
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