viernes, 30 de diciembre de 2016

Llueve



El cielo y el mar parecen querer unirse y devorarnos a todos. La mujer del fondo ha dejado de llorar. Sigue aferrada al cuerpecillo inerte y lo acuna, pero ya no llora. La primera claridad del alba nos muestra un horizonte nómada. Ni rastro del continente.
Llueve.
En la cocina, Juana remueve el guiso. Los choclos ya están asados. A la señora no le gusta que prepare comida guaraní, pero una cazuela de carne es una cazuela de carne en todas partes, ¿no? ¿Qué mal hay en acompañarla con unas deliciosas mazorcas?
Llueve.
No ha vendido  nada. En cuanto puso la manta en el suelo se derramó el cielo entero y tuvo que correr hasta la boca del metro. El vestíbulo bulle de gente apresurada que cruza entre los africanos, sin verlos. Parecen deportistas  esperando en el túnel de vestuarios para saltar al campo. Él sueña con ser jugador de fútbol. Ganar mucho dinero. Comprarle una casa a su madre.
Llueve.
Hoy no podrá salir a pasear con el viejo. Pobre hombre. Ya no reconoce a la hija, ni a nadie. Solo a ella le sonríe. Y, de cuando en cuando, se le empañan los ojos y llueve.

Mi granito de arena para ENTC: el tema de la convocatoria era "Los emigrantes", un homenaje a esos olvidados que viven a nuestro lado, nos venden el pan, cuidan a nuestros ancianos... (en el mejor de los casos). 
Relato fuera de concurso.

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