—Si papá, pero ¿y esa?— preguntó abriendo mucho los ojos.
—Esa no, pequeña. Esa no.
La decepción pintó en su rostro un mohín de enfado
infantil y él la apartó suavemente intentando distraer su atención. Le encendió
la tele y cuando no miraba la escondió en el fondo del cajón, lejos de su
vista.
Media hora más tarde, cuando percibió el inusual
silenció, corrió hasta el mueble y se estremeció.
Mientras coloreaba en su nueva libreta, Mireia reñía a su
muñeca:
—No te puedo dejar pintar, no seas pesada, papá se enfadaría.
—No te puedo dejar pintar, no seas pesada, papá se enfadaría.
Manuel contuvo el aliento.
Con este relato he participado en el concurso Relatos en cadena SER
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