Tengo que moverme. Estoy tumbado boca arriba, siento frío y no puedo moverme. Hay gente a mí alrededor, puedo oírlos, pero no alcanzo a verlos. Intento mover la cabeza hacía el lugar de donde proceden las voces pero mi cuerpo no me obedece. Quiero gritar y compruebo que mi boca, obstinadamente cerrada, es incapaz de emitir sonido alguno.
Estoy empezando a angustiarme. No sé qué me está pasando,
ni siquiera recuerdo cómo he llegado hasta aquí. Probablemente he sufrido un
accidente y el golpe me ha provocado amnesia. Sin embargo no siento dolor, es
todo muy extraño. Si me hubiera dado un golpe me dolería la cabeza, ¿no?
También puede ser que esté recuperándome de la anestesia
después de una operación. La anestesia explicaría la ausencia de dolor. Sí, eso
es, parece una explicación lógica.
Debe haber sido un accidente bastante grave para perder
la memoria y pasar por el quirófano. Pero entonces, ¿por qué no tengo ningún
monitor conectado a mi cuerpo? Y, ¿por qué ningún médico o enfermero se acerca
a ver cómo estoy? La hipótesis de la intervención quirúrgica va perdiendo peso.
Además, creo que estoy tirado en el suelo. Es evidente, no estoy en un
quirófano.
Tengo que moverme, tengo que moverme. Seguro que si me
concentro puedo mover un pie, como hacía Ulma en aquella peli. Concéntrate, con
todas tus fuerzas, siente que vas a moverte, los músculos tensos, preparados, ¡vamos!
¡ahora! Nada, no he conseguido nada. Llevo horas intentándolo, me duele todo el
cuerpo, estoy desesperado.
Mis ojos se han llenado de lágrimas, estoy
hiperventilando, creo que tengo un ataque de pánico. ¿Es que nadie se da cuenta
de que estoy aquí tirado? ¿Es que no piensan ayudarme? Voy a morir. Estoy
seguro de que voy a morir, aquí tirado como un perro, mientras esa gente va y
viene sin hacerme caso. Espera, alguien se acerca.
Es un hombre, lo busco con la mirada, intentando captar
su atención. ¡Al fin!, viene directo hacia mí. Se arrodilla a mi lado. Mírame por favor, estoy aquí, ¡mírame! Busco
desesperadamente el contacto visual. Seguro que si me mira a los ojos podré
transmitirle que algo no va bien. Mírame, vamos, ¡mírame!, casi grito.
Ahora me toca, me dobla las piernas por las rodillas y me
pasa un brazo por la cintura. Este tío no me ve, no se da cuenta de nada. O
quizás no quiere verme, prefiere mantener la distancia. De pronto, me alza en volandas
sin apenas esfuerzo y me sienta, sujetándome con algo que no alcanzo a ver, sin
duda para evitar que me caiga.
Continúa colocándome bien erguido en el asiento,
impasible ante mi sufrimiento, con la frialdad de un profesional. Y se va. Se
aleja. Me deja de nuevo solo, con mi desesperación.
Menos mal, ya vuelve. Le oigo acercarse, ya le veo. Trae
en brazos a otro individuo, inmóvil, como yo. ¡Hay otro!, o quizás muchos, ¿se
tratará de una epidemia? Lo miro de reojo mientras acomoda al nuevo en el
asiento de al lado. Después se va y nos quedamos los dos solos.
Ojalá pudiera hablar con este tío. A lo mejor él sabe qué
nos está ocurriendo. Está mudo igual que yo. Afectado por el mismo tipo de
parálisis que yo. Si pudiera volver la cara y verle los ojos…
De repente me encontré con nuestros rostros, idénticos e
inexpresivos, reflejados en el parabrisas. Mientras acelerábamos en dirección
al muro, el otro me sostuvo la mirada y eso me dio fuerzas para soportar el
impacto. Tras el choque volví a despertarme tirado en el suelo. Incapaz de
moverme, angustiado de nuevo. ¿Es que nadie va a ayudarme?
Relato escrito para el taller mensual de Literautas: Móntame una escena. En Noviembre escena nº 12: "Muy, muy quieto"
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