Y cómo es que nunca
cambiaron el bombín, aunque de su interior no lograran extraer nada más que un
pequeño ratón asustado que corría a ocultarse en el bolsillo raído del viejo
mago, a pesar de lo poco práctico que resultaba cuando su compañera lo
depositaba en el suelo, boca arriba, y oscilaba titubeante a cada golpe de cada
moneda arrojada por el apresurado público. Y de que, al caer la tarde, cuando
recogían el hongo y cuadraban caja, apenas les alcanzaba para comprar un bollo de pan y algo de vino, con el
que calentarse el estómago y aplacar al ratoncillo que les roía las tripas.
Un lunes más, una frase de inicio, un nuevo REC.
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